FILOSOFÍA AL ALCANCE DE TODOS
miércoles, 6 de abril de 2016
Carta del Gran Jefe Seattle
Carta del Gran Jefe Seattle, de la tribu de los Swamish, a Franklin Pierce Presidente de los Estados Unidos de América.
En 1854, el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin
Pierce, hizo una oferta por una gran extensión de tierras en el noreste de los
Estados Unidos, en la que vivían los indios Swaminsh, ofreciendo en
contrapartida crear de una reserva para el pueblo indígena. La respuesta del
Jefe indio Seattle, que trascribimos a continuación, ha sido considerada, a
través del tiempo como uno de los más bellos y profundos manifiestos a
favor de la defensa del medio ambiente.
El Gran Jefe de Washington envió palabra de que desea comprar
nuestra tierra. El Gran Jefe nos envía también palabras de amistad y
buena voluntad. Apreciamos mucho esta delicadeza porque sabemos la
poca falta que le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta,
pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco vendrá con sus
armas de fuego y tomara nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington
puede confiar en la palabra del Gran Jefe Seattle, con la misma certeza
que confía en el retorno de las estaciones. Mis palabras son inmutables
como las estrellas del firmamento.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?,
esta idea nos parece extraña.
Si no somos dueños de la frescura del aire, ni del brillo del agua,
¿Cómo podrán ustedes comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada aguja
brillante de pino, cada grano de arena de las riberas de los ríos, cada
gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada claro en la arboleda
y el zumbido de cada insecto son sagrados en la memoria y tradiciones de
mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo los
recuerdos del hombre piel roja.
Los muertos del hombre blanco olvidan la tierra donde nacieron
cuando emprenden su paseo por entre las estrellas, en cambio nuestros
muertos, nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra, pues ella es la
madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de
nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el
caballo, el gran águila, todos son nuestros hermanos. Las escarpadas
montañas, los húmedos prados, el calor de la piel del potro y el hombre,
todos pertenecemos a la misma familia.
Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco de Washington manda decir
que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe
Blanco nos dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir
cómodamente. El se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos.
Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra
tierra. Pero eso no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.
Esta agua cristalina que escurre por los riachuelos y corre por los
ríos no es solamente agua, sino también la sangre de nuestros
antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella
es sagrada, y deberán enseñar a sus hijos que ella es sagrada y que los
reflejos misteriosos sobre las aguas claras de los lagos hablan de
acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del
agua de los ríos es la voz del padre de mi padre. Los ríos son nuestros
hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan a nuestras canoas y
nos dan peces para alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras
tierras, ustedes deberán recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son
nuestros hermanos y también los suyos, y por tanto deberéis tratar a los
ríos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de
vida. Tanto le importa un trozo de nuestra tierra como otro cualquiera,
pues es un extraño que llega en la noche a arrancar de la tierra aquello
que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y una vez
conquistada la abandona, y prosigue su camino dejando atrás la tumba
de sus padres sin importarle nada. Roba a la tierra aquello que pertenece
a sus hijos y no le importa nada. Tanto la tumba de sus padres como los
derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra y a su
hermano, el cielo, como cosas que se pueden comprar, saquear y vender,
como si fuesen corderos o collares que intercambian por otros objetos. Su
hambre insaciable devorará todo lo que hay en la tierra y detrás suyo
dejaran tan sólo un desierto.
Yo no entiendo, nuestro modo de vida es muy diferente al de
ustedes. La sola vista de sus ciudades apena los ojos del piel roja. Tal vez
sea por que el hombre piel roja es un salvaje y no comprende nada. No
existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio
donde escuchar como se abren las flores de los árboles en primavera, o el
movimiento de las alas de un insecto. Pero quizás también esto se deba a
que soy un salvaje que no comprende bien las cosas. El ruido de las
ciudades parece insultar los oídos. Y yo me pregunto, ¿ qué tipo de vida
tiene el hombre si no puede escuchar el canto solitario del chotacabras,
ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un lago?. Soy un
piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento
sobre la superficie del lago, así como el olor de ese mismo viento
purificado por la lluvia del mediodía, o perfumado por la fragancia de los
pinos.
El aire es algo precioso para el piel roja, ya que todos los seres
comparten el mismo aliento, el animal, el árbol, el hombre, todos
respiramos el mismo aire. El hombre blanco no siente el aire que respira,
como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al
hedor. Si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire es
precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que
sostiene. El viento que dio a nuestros antepasados el primer soplo de vida,
también recibió de ellos su último suspiro. Si les vendemos nuestras
tierras, ustedes deberán conservarlas sagradas, como un lugar en donde
hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores
de las praderas.
Queremos considerar su oferta de comprar nuestras tierras. Si
decidimos aceptarla, yo pondré una condición: el hombre blanco debe
tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Soy un salvaje y
no comprendo otro modo de vida. He visto miles de búfalos pudriéndose
en las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparo
desde el caballo de hierro sin ni tan solo pararlo. Yo soy un salvaje y no
comprendo como el humeante caballo de hierro pueda importar más que
el búfalo al que nosotros solo matamos para poder vivir. ¿Qué sería del
hombre sin los animales? Si todos los animales fuesen exterminados, el
hombre también perecería de una gran soledad de espíritu, pues lo que
ocurra a los animales pronto habrá de ocurrirle también al hombre.
Todas las cosas están relacionadas entre si.
Deben de enseñarle a sus hijos que el suelo que pisan son las
cenizas de nuestros antepasados. Digan a sus hijos que la tierra está
enriquecida con las vidas de nuestro pueblo, a fin de que sepan respetarla.
Es necesario que enseñen a sus hijos, lo que nuestros hijos ya saben, que
la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra a la tierra, le ocurrirá
también a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el suelo,
se están escupiendo así mismos. Esto es lo que sabemos: la tierra no
pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. . Esto es lo
que sabemos: todas las cosas están ligadas como la sangre que une a una
familia. El sufrimiento de la tierra se convertirá en sufrimiento para los
hijos de la tierra. El hombre no ha tejido la red que es la vida, solo es un
hilo más de la trama. Lo que hace con la trama se lo está haciendo a sí
mismo.
Nuestros hijos ha visto como sus padres eran humillados mientras
defendían su tierra. Nuestros guerreros han sentido vergüenza, y ahora
pasan sus días ociosos, mientras contaminan sus cuerpos con comida
dulce y agua de fuego. Importa poco donde pasaremos el resto de
nuestros días, no son demasiados. Unas pocas horas, unos pocos
inviernos y ninguno de los descendientes de las grandes tribus que
alguna vez vivieron sobre esta Tierra, estarán aquí para lamentarse sobre
las tumbas de una gente que un día tuvo poder y esperanza. Ni siquiera el
hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo,
quedará exento del destino común. Quizás seamos hermanos a pesar de
todo, ya se vera algún día. Sabemos una cosa que quizás el hombre
blanco tal vez descubra algún día, el Dios nuestro y el de ustedes es el
mismo Dios. Ustedes creen que Dios les pertenece, de la misma manera
que desean que nuestras tierras les pertenezcan, pero no es así. Él es el
Dios de todos los hombres y su compasión se extiende por igual entre los
pieles rojas y los caras pálidas.
Esta tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su Creador y
se provocaría su irá. También los blancos se extinguirán, quizás antes
que todas las otras tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán
ahogados en sus propios desechos. Ustedes caminan hacia su destrucción
rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta
tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre
el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos
porqué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se
impregnan los rincones secretos de los densos bosques con el olor de
tantos hombres y se obstruye la visión del paisaje de las verdes colinas
con un enjambre de alambres de hablar.
¿Dónde está el matorral? Destruido
¿Dónde esta el águila? Desapareció
Es el final de la vida y el inicio de la supervivencia.
martes, 16 de junio de 2015
Labor Filosófica. Por Jesús Moisés Del Cid.
En la actualidad se atenta en gran medida contra el ejercicio del pensamiento, considerado como una perdida de tiempo y esfuerzo por buscar el sentido a las cuestiones que atañen a la naturaleza del hombre y su relación tanto como a sus prójimos, como a la realidad en el mundo que le rodea.
Como todo egresado de filosofía, la prioridad insta como un comienzo hacia el adentramiento del vasto conocimiento filosófico más que una cómoda postura en una pobre consideración de simples términos y cuestiones sino más bien abrirse de capa al estudio, a la valoración y atención de todas aquellas corrientes de pensamiento que ha tenido influencia en la ciencia humana.
Un filósofo debe tener una perspectiva abierta ante cualquier postura, aunque no comulgue con su formación académica. Pero debe tener el recurso para aceptar o rechazar mediante el método cognitivo adecuado hacia la certidumbre y sentido de la verdad.
El filósofo busca encausar su discurso hacia el valor y peso del argumento, más que al afecto de sus caprichos. En ello enriquecerá y dará fortaleza a las obras que ejecuta.
La labor del filosofo, tiene por vocación, el tender hacia la verdad y aunque la actividad contemplativa y especulativa propia del ejercicio filosófico aparentemente se muestra por demás tediosa y pasiva a la mayoría de las personas, ocurre que resulta en una enorme dinamicidad del pensador a través de dar orden, comprensión y claridad a las ideas que se dan en su entendimiento.
Un egresado de filosofía no puede quedarse apaciblemente a beber café y releer superficialmente los mismos autores y obras de siempre. El verdadero filosofo busca afectuosamente a contemplar las múltiples ideas que han fundado a las diversas escuelas en la historia de la filosofía y según su temperamento realizar una labor filosófica tanto en escritos, discursos, diálogos, conferencias y toda forma en que pueda manifestar su pensamiento con creatividad.
La labor filosófica es un ejercicio intelectual constante. Cualquier suceso, palabra, frase, imagen le tiende por vocación a buscar sentido y significación. Es decirle estimula a pensar.
Más que una inactividad, existe una diligencia en el entendimiento hacia lo filosófico y humano.
Todo egresado de filosofía da un primer paso para ejercer su profesión y no debe considerarse un filósofo consolidado. Es fuera de la formación académica cuando apenas comienza a fortalecer y comprender realmente lo aprendido al ejercitar sus ideas y habilidades para defender y enriquecer o acceder su pensamiento a la verdad.
Quizás el filósofo representa aquello que se pretende contraindicar en las sociedades productivas con- sumistas de la posmodernidad. En la cual es reducido el tiempo y el lugar para la reflexión en el pensamiento que considera y da sentido, en lo que se es y en el devenir, tanto como individuos como sociedad.
La vida es muy corta como para no tomarse un tiempo para pensar y considerar que es aquello verdadero.
Un filósofo no debe desdeñar, ni evadir superfluamente las consideraciones de otros pensadores. Por que la vocación filosófica se mueve más por estudiosidad que por la simple y vaga curiosidad. Cualquier postura de pensamiento se le presenta como atractiva y digna de ser comprendida o considerada, es una compenetración de pensamientos.
El camino filosófico es arduo y tortuoso pero a la vez clarificador, asombroso y enriquecedor para aquel que lo transita. Aunque para muchos resulte melancólico, para otros trágico, para algún más alegre. Más dentro de todos ocurre un esclarecimiento de lo que se es y lo que ocurre en la realidad. El filósofo transita bajo cielo iluminado por ideas.
El licenciado de filosofía debe ser diligente en la ejecución de obras propias. Las cuales aunque breves e imperfectas, no dejan de tener relevancia sobre todo en la actualidad que pretende no dar lugar al ejercicio del pensamiento. Si bien en un principio se balbucea conceptos filosóficos, con el estudio y la experiencia en la vastedad de obras enriquecedoras se irán calibrando y superando las habilidades intelectuales, discursivas, dialógicas y literarias para expresar las ideas propias y con seguimiento hacia la verdad.
Notas:
Fuente: Jesus Moises Delcid.
29 de mayo de 2015. MEXICO
miércoles, 3 de junio de 2015
Alegato final de Howard Roark en “El Manantial” – Ayn Rand
Transcribo íntegramente parte del alegato final que pronuncia Roark en “El Manantial”.
Dedicado a todos los soñadores...
"Miles de años atrás, un gran hombre descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la misma estaca que había enseñado a encender a sus hermanos. Seguramente se le considero un maldito que había pactado con el demonio. Pero, desde entonces, los hombres tuvieron fuego para calentarse, para cocinar, para iluminar sus cuevas. Les dejó un legado inconcebible para ellos y alejó la oscuridad de la Tierra. Siglos más tarde un gran hombre inventó la rueda. Probablemente fue atormentado en el mismo aparato que había enseñado a construir a sus hermanos. Seguramente se le consideró un trasgresor que se había aventurado por territorios prohibidos. Pero desde entonces los hombres pudieron viajar más allá de cualquier horizonte. Les dejó un legado inconcebible para ellos y abrió los caminos del mundo.
Ese gran hombre, el rebelde, está en el primer capítulo de cada leyenda que la humanidad ha registrado desde sus comienzos. Prometeo fue encadenado a una roca y allí devorado por los buitres, porqué robó el fuego a los dioses. Adán fue condenado al sufrimiento porque comió del fruto del árbol del conocimiento. Cualquiera sea la leyenda, en alguna parte en las sombras de su memoria, la humanidad sabe que su gloria comenzó con un gran hombre y que ese héroe pagó por su valentía.
A lo largo de los siglos ha habido hombres que han dado pasos en caminos nuevos sin más armas que su propia visión. Sus fines diferían, pero todos ellos tenían esto en común: su paso fue el primero, su camino fue nuevo, su visión fue trascendente y la respuesta recibida fue el odio. Los grandes creadores, pensadores, artistas, científicos, inventores, enfrentaron solos a los hombres de su época. Todo nuevo pensamiento fue rechazado. Toda nueva invención fue rechazada. Toda gran invención fue condenada. El primer motor fue considerado absurdo. El avión imposible. El telar mecánico, un mal. A la anestesia se la juzgó pecaminosa. Sin embargo, los visionarios siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron por su grandeza. Pero vencieron.
Ningún creador estuvo impulsado por el deseo de servir a sus hermanos, porque sus hermanos rechazaron siempre el regalo que les ofrecía, ya que ese regalo destruía la rutina perezosa de sus vidas. Su único móvil fue su verdad. Su propia verdad y su propio trabajo para concretarla a su manera: una sinfonía, un libro, una máquina, una filosofía, un aeroplano o un edificio; eso era su meta y su vida. No aquellos que escuchaban, leían, trabajaban, creían, volaban o habitaban lo que él realizaba. La creación, no sus usuarios. La creación, no los beneficios que otros recibían de ella. La creación que daba forma a su verdad. Él sostuvo su verdad por encima de todo y contra todos.
Su visión, su fuerza, su valor, provenían de su espíritu. El espíritu de un hombre es, sin embargo, su ego, esa entidad que constituye su conciencia. Pensar, sentir, juzgar, obrar son funciones del ego.
Los creadores no son altruistas. Ese es todo el secreto de su poder. Son autosuficientes, auto inspirados, auto generados. Una causa primigenia, una fuente de energía, una fuerza vital, un primer motor original. El creador no atiende a nada ni a nadie. Vive para sí mismo.
Y solamente viviendo para sí mismo, el creador ha sido capaz de realizar esas cosas que son la gloria de la humanidad. Tal es la naturaleza de la creación.
El hombre no puede sobrevivir, salvo mediante su propia mente. Llega desarmado a la Tierra. Su cerebro es su única arma. Los animales obtienen el alimento por la fuerza. El hombre no tiene garras, ni colmillos, ni cuernos, ni gran fuerza muscular. Debe cultivar su alimento o cazarlo. Para cultivar, necesita un proceso de su pensamiento. Para cazar, necesita armas y para hacer armas necesita de un proceso de pensamiento. Desde la necesidad más simple hasta la más alta abstracción religiosa, desde la rueda hasta el rascacielos, todo lo que somos y todo lo que tenemos procede de un solo atributo del hombre: la función de su mente razonadora.
Pero la mente es una propiedad individual. No existe tal cosa como un cerebro colectivo. No hay tal cosa como un pensamiento colectivo. Un acuerdo realizado por un grupo de hombres es sólo una negociación de principios o un promedio de muchos pensamientos individuales. Es una consecuencia secundaria. El acto primordial, el proceso de la razón, debe ser realizado por cada persona. Podemos dividir una comida entre muchos, pero no podemos digerirla con un estómago colectivo. Nadie puede usar sus pulmones para respirar por otro. Nadie puede usar su cerebro para pensar por otro. Todas las funciones del cuerpo y del espíritu son personales. No pueden ser compartidas ni transferidas. Heredamos los productos del pensamiento de otros. Heredamos la rueda. Hicimos un carro. El carro se transformó en automóvil. El automóvil ha llegado a ser un avión.
Pero a lo largo del proceso, aquello que recibimos de los demás es el producto final de su pensamiento. La fuerza que lo impulsa es la facultad creativa que toma ese producto como un material, lo usa y origina el siguiente paso. Esta facultad creativa no puede ser dada ni recibida, compartida, ni concedida en préstamo. Pertenece a un ser único y singular. Aquello que se crea es propiedad de su creador. Las personas aprenden una de otra, pero todo aprendizaje es solamente un intercambio de material. Nadie puede darle a otro la capacidad de pensar. Sin embargo, esa capacidad es nuestro único medio de supervivencia.
Nada nos es dado en la Tierra. Todo lo que necesitamos debe ser producido. Y aquí el ser humano afronta su alternativa básica, la de que puede sobrevivir en sólo una de dos formas: por el trabajo autónomo de su propia mente, o como un parásito alimentado por las mentes de los demás. El creador es original. El parásito es dependiente. El creador enfrenta la naturaleza a solas. El parásito enfrenta la naturaleza a través de un intermediario.
El interés del creador es conquistar la naturaleza. El interés del parásito es conquistar a los hombres.
El creador vive para su trabajo. No necesita de otros hombres. Su fin esencial está en sí mismo. El parásito vive de otros. Necesita de los demás. Los demás se convierten en su motivo principal
La necesidad básica del creador es la independencia. La mente que razona no puede trabajar bajo ninguna forma de coerción. No puede ser sometida, sacrificada o subordinada a ninguna consideración, cualquiera sea esta. Exige una independencia total en su función y en su móvil. Para un creador todas las relaciones con los hombres son secundarias.
La necesidad básica del parásito es asegurar sus vínculos con los hombres para que lo alimenten. Coloca las relaciones en primer lugar. Declara que el hombre existe para servir a los demás. Predica el altruismo.
El altruismo es la doctrina que exige que el hombre viva para los demás y coloque a los otros sobre sí mismo.
Pero nadie puede vivir para otro. No puede compartir su espíritu, como no puede compartir su cuerpo. El parásito se vale del altruismo como arma de explotación e invierte los principios morales del género humano. Les enseña a los hombres preceptos para destruir al creativo. Les enseña que la dependencia es una virtud.
Quien intenta vivir para los demás es un dependiente. Es un parásito en su motivación y hace parásitos a quienes sirve. La relación no produce más que una mutua corrupción. Es imposible conceptualmente. Lo que más se aproxima a ello en la realidad –el hombre que vive para servir a otros- es el esclavo. Si la esclavitud física es repulsiva, ¿cuánto más repulsivo es el servilismo del espíritu? El esclavo conquistado tiene un vestigio de honor, tiene el mérito de haber resistido y de considerar que su condición es mala. Pero aquel que se esclaviza voluntariamente, en nombre del amor, es la más baja de las criaturas. Degrada la dignidad humana y degrada el concepto de amor. Esta es la esencia del altruismo.
A los hombres se les ha enseñado que la virtud más alta no es crear, sino dar. Sin embargo, no se puede dar lo que no ha sido creado. La creación es anterior a la distribución, pues, de lo contrario, no habría nada que distribuir. La necesidad de un creador es previa a la de un beneficiario. No obstante, se nos ha enseñado a admirar al parásito que distribuye como regalos lo que no ha producido. Elogiamos un acto de caridad. Nos encogemos de hombros ante un acto de realización.
Se nos ha enseñado que la primera preocupación debe consistir en aliviar el sufrimiento de los demás. Pero el sufrimiento es una enfermedad. Si uno se la encuentra, intenta dar consuelo y asistencia. Hacer de eso el más alto testimonio de virtud es considerar al sufrimiento como lo más importante de la vida. Entonces el hombre debe desear ver sufrir a los demás para poder ser virtuoso. Tal es la naturaleza del altruismo. El creador no tiene interés en la enfermedad, sino en la vida. Sin embargo, la obra de los creadores ha eliminado una enfermedad tras otra, en el cuerpo y en el espíritu humanos, y ha producido más alivio para el sufrimiento que lo que cualquier altruista pueda jamás concebir.
Se nos ha enseñado que es una virtud estar de acuerdo con los otros. Mas el creador es alguien que disiente. Se nos ha enseñado que es una virtud nadar con la corriente. Pero el creador nada contra la corriente. Se nos ha enseñado que estar juntos constituye una virtud. Pero el creador está solo.
Se nos ha enseñado que el ego es sinónimo de mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa, no siente, no juzga, no actúa. Esas son funciones del ego.
En esto la reversión de los valores básicos es más mortífera. Toda virtud ha sido pervertida y al hombre no se le ha dejado libertad alguna. Como polos del bien y del mal, se le ofrecieron dos concepciones: altruismo y egoísmo. El altruismo se define como el sacrificio del yo por los otros. El egoísmo, como el sacrificio de los otros por el yo….. Esto ató al hombre irrevocablemente a otros hombres y no le dejó más que una elección de dolor: su propio dolor en aras del bien de los demás, o el dolor de los demás en aras de su propio bien. Cuando se agregó la monstruosa idea de que el hombre debe encontrar felicidad en el sacrificio, la trampa quedó sellada. El hombre se vio forzado a aceptar el masoquismo como su ideal, con el sadismo como alternativa. Este es el fraude más terrible que se ha perpetrado en contra de la humanidad.
Este es el sacrificio por el cual la dependencia y el sufrimiento se perpetuaron como los fundamentos de la vida.
No se trata de elegir entre el auto sacrificio y dominación, sino entre independencia y dependencia. El código del creador o el código del parásito. Esta es la cuestión básica, cuestión que descansa sobre la opción de la vida o la muerte. El código del creador está construido sobre las necesidades de la mente que razona y que permite al hombre sobrevivir. El código del parásito está construido sobre las necesidades de una mente incapaz de sobrevivir. Todo lo que procede del ego independiente es bueno. Todo lo que procede del parásito dependiente es malo.
El verdadero egoísta no es quien sacrifica a los demás. Es el que no tiene necesidad de usar a los demás de ninguna forma. No obra por medio de ellos. No está interesado en ellos en ningún aspecto fundamental. Ni en su objeto, ni es su móvil, ni en su pensamiento, ni en su deseo, ni en la fuente de su energía. El verdadero egoísta no vive para ninguna otra persona y no le pide a nadie que viva para él. Esta es la única forma de fraternidad y de respeto mutuo posible entre los seres humanos.
Los grados de capacidad varían, pero el principio básico es siempre el mismo: la medida de la independencia de alguien, su iniciativa y su amor por su trabajo determinan su talento y su valor. La independencia es la regla para evaluar la virtud y el valor humano. Lo que vale es lo que el hombre es y hace de sí mismo, no lo que haya o no haya hecho por los demás. No hay sustitutos para la dignidad personal. No hay más parámetro de la dignidad personal que la independencia.
En las relaciones adecuadas no hay sacrificio de nadie hacia nadie. Un arquitecto necesita clientes, pero no subordina su obra a los deseos de ellos. Ellos lo necesitan, pero no le encargan una casa sólo para darle trabajo. Las personas comercian por libre y mutuo consentimiento, y en beneficio mutuo, cuando sus intereses coinciden y ambos desean el intercambio. Si alguno no lo desea, no está obligado a tratar con el otro, entonces ambos siguen buscando. Esta es la única forma posible de relación entre iguales. Cualquier otra es una relación de esclavo y amo, de víctima y verdugo.
Ningún trabajo se hace colectivamente por la decisión de una mayoría. Todo trabajo creativo se realiza bajo la guía de un único pensamiento individual. Un arquitecto necesita muchos hombres para levantar un edificio, pero no les pide que sometan a votación su diseño. Trabajan juntos por libre acuerdo y cada uno es libre en su función respectiva. Un arquitecto emplea acero, cristal y cemento que otros han producido. Pero esos materiales siguen siendo sólo acero, cristal y cemento hasta que él los utiliza. Lo que él hace con ellos es su producto y su propiedad como individuo. Esta es la única forma de cooperación entre los hombres.
El primer derecho en la Tierra es el derecho al ego. El primer deber del hombre es para consigo mismo. Su ley moral consiste en nunca hacer de los demás su objetivo principal. Su obligación moral es hacer lo que él desee, siempre que su deseo no dependa primordialmente de los demás. Esto incluye las acciones del creador, el pensador y el verdadero trabajador. Pero no incluye las del gángster, el altruista y el dictador.
Una persona piensa y trabaja sola. Pero no puede robar, explotar ni gobernar sola. El robo, la explotación y el gobierno presuponen la existencia de víctimas. Implican dependencia. Corresponden a la jurisdicción del parásito.
Los que gobiernan no son egoístas. No crean nada. Existen, enteramente, a través de los demás. Su fin está en sus súbditos, en la actividad de esclavizar. Son tan dependientes como el mendigo, el trabajador social o el bandido. La forma de dependencia carece de importancia.
Pero se nos ha enseñado a considerar a los parásitos, tiranos, emperadores y dictadores, como los exponentes del egoísmo. Mediante este fraude fuimos obligados a destruir al ego, a nosotros mismos y a los demás. El propósito del fraude fue destruir a los creadores, o someterlos, que es lo mismo.
Desde el principio de la historia, los dos antagonistas han estado frente a frente: el creador y el parásito. Cuando el antiguo creador inventó la rueda, el antiguo parásito respondió inventando el altruismo.
El creador, negado, combatido, perseguido, explotado, continuó, siguió adelante y guió a toda la humanidad con su energía. El parásito no contribuyó en nada, más allá de los obstáculos. La contienda tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.
El bien común de una colectividad, una raza, una clase, un Estado, ha sido la pretensión y la justificación de toda tiranía que se haya establecido sobre los hombres. Los mayores horrores de la historia han sido cometidos en nombre de móviles altruistas. ¿Acaso alguna vez algún acto de generosidad altruista ha igualado a todas las carnicerías perpetradas por los discípulos del altruismo? ¿El defecto reside en la hipocresía humana, o en la naturaleza del principio? Los carniceros más temibles han sido los más sinceros. Creían en la sociedad perfecta alcanzada mediante la guillotina y el pelotón de fusilamiento. Nadie cuestionó su derecho a asesinar, porque asesinaban con un propósito altruista. Se aceptó que el hombre debe ser sacrificado por otros hombres. Cambian los actores, pero el curso de la tragedia se mantiene idéntico: un humanitario que empieza con declaraciones de amor hacia la humanidad y termina con un mar de sangre. Continúa y continuará mientras los hombres crean que una acción es buena si no es egoísta. Eso permite que el altruista actúe y obliga a su víctima a soportarlo. Los líderes de los movimientos colectivistas no piden nada para sí mismos pero miren los resultados.
El único bien que los hombres pueden darse recíprocamente y la única declaración de su correcta relación es: ¡Déjenme en paz!"
Tomado de: Rand, Ayn. El Manantial - 1a ed. 3a reimp. - Buenos Aires: Grito Sagrado Editorial de Fnd. Diseño Estrategico, 2009.
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